LA NADA TALVEZ AL FINAL
DEL TUNEL O LA VIDA
La mundanidad.Para huir de la angustia reveladora de nuestra nada, caemos en la mundanidad; para rescatarnos de la dispersión, entramos de nuevo en la conciencia de nosotros mismos. Con la angustia el hombre volatiliza las cosas, capta el sentido infinito de sus posibilidades, la esencia de su existencia. La angustia inmoviliza la palabra, da un sentido incomparable de totalidad. El universo retrocede ante ella y se revela inestable, suspendido. La angustia revela la nada esencial al ser, esencial a nosotros.
En la angustia, las cosas del mundo pierden, de pronto, su importancia: el hombre no se preocupa ya de ellas. Todas las preguntas que antes le preocupaban (¿por qué esta cosa y no otra?, ¿por qué tengo que perseguir un fin antes que otro?, ¿por qué no hay algo y no nada?) ya no le interesan.
En todas las cosas del mundo está presente el ser, pero el hombre, sumergido en las cosas, olvida o teme preguntarle qué es. Ahora que en la angustia las cosas «fallan», «resbalan», «se hunden» (1), interroga al ser, quiere captar su sentido, que es el de su existir. Interrogar al ser es poner en juego nuestra existencia. ¿Y qué es el ser? El Ser es la Nada. La angustia me revela a mí mismo y revela mi nada como autenticidad de mi existencia. Me ha rescatado de la trivialidad de la vida mundana, me ha hecho que me volviera a hallar, me ha revelado mi destino, el destino de todos, del ser y de la existencia: la Nada. No hay más que aceptarlo y ser libres en esta aceptación. Este vértigo del vacío, este hundirse del ser en la nada es la angustia liberadora y autentificadora.
No se comprenda mal: la angustia no nadifica lo que existe; lo que existe es como antes: las estrellas, estrellas, y los árboles, árboles. Pero, en la angustia, lo que existe ya no interesa. Las cosas existentes siguen siendo las mismas, pero para mí se hunden en la insignificancia. También yo sigo existiendo y teniendo relaciones con los demás, pero, a este título, soy insignificante para mí mismo. Todas las cosas son como
antes, pero todas «resbalan» y saludan al pasar. El existente acepta su destino y «coge en la mano» su suerte. Entonces no es «arrojado», sino que coge, «repite» su destino, asume su responsabilidad: vive consciente de no ser nada y acepta su nada. Acepta su «deuda», su suerte. Es destino suyo el ser un complejo de «deudas», de las que la muerte es el último vencimiento.
La angustia revela la originaria libertad del ser (cesa el remitir a otra cosa) y el sentido originario de la temporalidad. Como sabemos, para Heidegger, la temporalidad es esencial para el ser: el ser es el tiempo. Pero el tiempo originario es distinto del tiempo mundanizado de la vida trivial, que es sucesión de pasado, de presente y de futuro, tres momentos, cada uno «fuera» del otro. El tiempo originario, en cambio, es compenetración de pasado, presente y futuro, gravitación en el futuro: el Dasein anticipa en el «presente» sus propias posibilidades ulteriores y por eso, en cierto modo, convierte el «futuro» en «pasado.
En la angustia, las cosas del mundo pierden, de pronto, su importancia: el hombre no se preocupa ya de ellas. Todas las preguntas que antes le preocupaban (¿por qué esta cosa y no otra?, ¿por qué tengo que perseguir un fin antes que otro?, ¿por qué no hay algo y no nada?) ya no le interesan.
En todas las cosas del mundo está presente el ser, pero el hombre, sumergido en las cosas, olvida o teme preguntarle qué es. Ahora que en la angustia las cosas «fallan», «resbalan», «se hunden» (1), interroga al ser, quiere captar su sentido, que es el de su existir. Interrogar al ser es poner en juego nuestra existencia. ¿Y qué es el ser? El Ser es la Nada. La angustia me revela a mí mismo y revela mi nada como autenticidad de mi existencia. Me ha rescatado de la trivialidad de la vida mundana, me ha hecho que me volviera a hallar, me ha revelado mi destino, el destino de todos, del ser y de la existencia: la Nada. No hay más que aceptarlo y ser libres en esta aceptación. Este vértigo del vacío, este hundirse del ser en la nada es la angustia liberadora y autentificadora.
No se comprenda mal: la angustia no nadifica lo que existe; lo que existe es como antes: las estrellas, estrellas, y los árboles, árboles. Pero, en la angustia, lo que existe ya no interesa. Las cosas existentes siguen siendo las mismas, pero para mí se hunden en la insignificancia. También yo sigo existiendo y teniendo relaciones con los demás, pero, a este título, soy insignificante para mí mismo. Todas las cosas son como
antes, pero todas «resbalan» y saludan al pasar. El existente acepta su destino y «coge en la mano» su suerte. Entonces no es «arrojado», sino que coge, «repite» su destino, asume su responsabilidad: vive consciente de no ser nada y acepta su nada. Acepta su «deuda», su suerte. Es destino suyo el ser un complejo de «deudas», de las que la muerte es el último vencimiento.
La angustia revela la originaria libertad del ser (cesa el remitir a otra cosa) y el sentido originario de la temporalidad. Como sabemos, para Heidegger, la temporalidad es esencial para el ser: el ser es el tiempo. Pero el tiempo originario es distinto del tiempo mundanizado de la vida trivial, que es sucesión de pasado, de presente y de futuro, tres momentos, cada uno «fuera» del otro. El tiempo originario, en cambio, es compenetración de pasado, presente y futuro, gravitación en el futuro: el Dasein anticipa en el «presente» sus propias posibilidades ulteriores y por eso, en cierto modo, convierte el «futuro» en «pasado.
LA NADA...
SER O NO SER
¿Qué es la nada?
La idea de ‘la nada’ fue el desvelo de muchos pensadores, quizá desde el principio mismo de la filosofía. Y tal vez sea además, la pregunta por la cual muchos nos hemos intersado por vez primera en asuntos de índole filosófica. Varias ideas rondan el concepto de la ‘nada’, veamos pues, algunas de las más conocidas en esta breve reseña, siguiendo el diccionario de filosofía de José Ferrater Mora.
Entre los griegos, como común denominador puede observarse que parecen haberse centrado en el problema del ser. En algunos caso tomaron ‘la nada’ como la negación del ser: lo que hay es el ‘ser’ y sólo cuando se lo niega, aparece ´la nada’. Pensadores, como Parménides sostuvieron que sólo el ser es, y el no ser, no es. En diferente línea, se ha sostenido que de la nada no devine nada, de manera tal que afirmar tal cosa sería destruir la noción de causalidad y las cosas surgir por azar. Platon procuró comprender cuál podría ser la función de una participación de la nada en la concepción de los entes que son. Artistóteles, sostuvo que tanto la negación como la privación se dan dentro de afirmaciones, porque incluso del ‘no ser’ puede afirmarse que no es. Pero luego, la concpeción crisitana instaló la idea de Dios creando el mundo a partir de la nada, lo cual transformó significativamente las bases de la especulación filosófica ejerciendo posterior influencia en la filosofía moderna.
Mientras Kant establecerá diferentes categorías de ‘nada’, será Hegel quien afirmará que el ser y la nada son igualmente indeterminados porque la nada tiene la misma falta de determinación que el ser. Esta idea parte de vaciar al ser de toda referencia tras el objetivo de alcanzar la pureza absoluta: así, purificado, el ser y la nada son lo mismo. La absoluta inmediatez del ser lo coloca en el mismo plano que su negación y solo en devenir podrá surgir como un movimiento capaz de trascender la identificación de la tesis y la antítesis.
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